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2019, el año en que WeWork dijo “we don’t”

Era la ‘start up’ favorita del ‘real estate’. Su Tesla, su Uber, su AriBnb. Con un consejero delegado excéntrico y una valoración desorbitada, pese a sus números rojos, se parecía mucho a las estrellas de Silicon Valley.

Iria P. Gestal

27 dic 2019 - 05:00

2019, el año en que WeWork dijo We don't

Una de las frases más reveladoras de la película El Fundador, que narra la historia del empresario detrás de McDonald’s, llega cuando un colega de Ray Kroc le resume: “tú no trabajas en el negocio de las hamburguesas, sino en el inmobiliario”.

 

Detrás del auge y caída de WeWork se encuentra también una paradoja similar: por mucho que pareciera una start up tecnológica al estilo Silicon Valley, y que los inversores la valoraran como tal, su negocio era el real estate, y no el tecnológico. El inmobiliario, un negocio todavía tradicional y rezagado en la digitalización, ansiaba tener su propia start up disruptiva de éxito, y WeWork estaba llamada a ser el Tesla o el Spotify del real estate. Pero en apenas cuatro meses, todo se desinfló.

 

El año empezó con buenas perspectivas. En enero, la empresa cambió su nombre a The We Company para diversificar y expandir su negocio en base a tres divisiones: WeWork, WeLive, de colivings, y WeGrow, de formación. Su principal inversor, Softbank, anunció una inversión de 2.000 millones de dólares.

 

 

Y, en septiembre, llegó la gran noticia: la empresa pretendía saltar a bolsa con una valoración de 47.000 millones de dólares. Pero el salto al parqué exigió a la empresa un ejercicio de transparencia que puso en evidencia la falta de planes para encarar la rentabilidad, una tóxica cultura laboral y unos cuestionados acuerdos con su cofundador y consejero delegado, Adam Neumann.

 

Los documentos presentados ante el regulador bursátil revelaban unas pérdidas de 1.600 millones de dólares en 2018, pese a facturar 1.800 millones de dólares. Además, el documento mostraba que Neumann era propietario de varios inmuebles ocupados por WeWork y que, igual que otros ejecutivos, había recibido préstamos millonarios por parte de la compañía. El directivo, que salía citado 169 veces en el escrito, también había ingresado 6.000 millones de dólares por los derechos de marca de The We Company cuando el grupo cambió su nombre.

 

 

En apenas una semana, la valoración de WeWork se desplomó hasta 20.000 millones de dólares y el grupo comenzó a tantear posponer el salto al parqué, presionado por accionistas como Softbank, que reclamaban también la salida de Neumann del grupo. En sólo dos semanas, todo se precipitó: la empresa pospuso oficialmente su salida a bolsa y Neumann dejó el cargo de consejero delegado. Un mes más tarde, Softbank tomó el control del grupo en una operación que redujo su valoración hasta los 8.000 millones de dólares.

 

Y llegaron los recortes: la empresa puso en venta Managed by Q, Meetup y Conductor, que había adquirido en 2017, cerró su filial WeGrow y anunció 2.000 despidos, el 16% de su plantilla. Softbank también ha anunciado que el plan para contener la sangría incluye también dejar de construir, desinvertir en negocios no rentables y recortar costes. Mientras, los propietarios le dan la espalda: sólo en un mes, WeWork perdió contratos por más de 20.900 metros cuadrados. El sueño tecnológico del real estate tendrá que esperar.