Opinión

Inmobiliario flexible: ¿y si evitamos las trincheras?

Inmobiliario flexible: ¿y si evitamos las trincheras?

Jaime Bello

8 jul 2025

Decir que el inmobiliario está cambiando es casi una obviedad. Lo verdaderamente relevante es entender cómo ha cambiado y qué implicaciones tiene para quienes viven, trabajan o simplemente pasan una temporada en una ciudad. Porque el inmobiliario no puede ser ajeno a las necesidades cambiantes de las personas. El sector debe adaptarse a ellas, no empeñarse en que sea al revés. La vivienda ya no se define sólo por la propiedad o la permanencia. También por la movilidad, la temporalidad y la necesidad de contar con soluciones más ágiles. El reto, entonces, no es negar ese cambio, sino gestionarlo con inteligencia y sin dogmatismos.

 

El sector flex lleva años desarrollando soluciones inmobiliarias para vivir, trabajar y visitar una ciudad. Hablamos de coliving, de alquiler corporativo, de espacios híbridos que combinan alojamiento con servicios. Fórmulas distintas, con usuarios distintos, pero una misma lógica de fondo: adaptarse a una sociedad en transformación. Una sociedad donde las trayectorias vitales no siempre son lineales, donde el trabajo remoto y la movilidad internacional son partedel paisaje, y donde muchas personas buscan algo más que un simple contrato de arrendamiento.

 

Lo que empezó siendo una forma de optimizar activos inmobiliarios es hoy un modelo consolidado en ciudades como Madrid, Málaga o Valencia. Porque el mercado ha hablado: hay una demanda real para este tipo de soluciones. Profesionales desplazados, equipos internacionales, jóvenes en tránsito. No encajan en el alquiler tradicional, pero tampoco en el circuito turístico convencional. Necesitan otra cosa. Y esa otra cosa ya existe, funciona y aporta valor.

 

 

 

 

El problema es que el debate público sobre estos modelos a menudo se contamina con automatismos ideológicos. Desde una parte del espectro, se tiende a ver cualquier forma de flexibilidad como una amenaza para la vivienda habitual, como si cada apartamento turístico o corporativo desplazara a una familia. Desde el otro extremo, se presenta cualquier intento de regulación como un freno a la libertad empresarial. Ambas posturas comparten un rasgo común: el dogmatismo. Y ese es probablemente el mayor riesgo para abordar con eficacia los desafíos actuales.

 

La realidad es más compleja y necesita enfoques más matizados. Ni todas las fórmulas flexibles son problemáticas, ni toda regulación es perjudicial. Al contrario: bien gestionadas, estas soluciones pueden aliviar la presión sobre el mercado residencial, sobre todo porque bien enfocadas pueden dar cabida de una forma armónica a una demanda cada vez más sofisticada y exigente, por eso activar edificios infrautilizados y enriquecer el tejido económico y social de los barrios se está replanteando como una solución plausible.

 

Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se transforman oficinas vacías en alojamientos bien gestionados, o cuando se regula con claridad la actividad de los apartamentos turísticos, esto significa que en el largo plazo, los “stakeholders” se vean beneficiados, bien por una oferta más profesional, o bien por la contención de la proliferación de actividades no reguladas. En definitiva, no se trata de prohibirlos, sino de ordenarlos, profesionalizar su funcionamiento, y sobre todo, perseguir con firmeza aquellos que operan sin licencia. Regular bien significa mejorar la convivencia con los vecinos, dar seguridad jurídica a los operadores, y elevar la calidad del servicio que recibe el visitante. Una fórmula eficaz: concentrar esta actividad en edificios completos concebidos desde el inicio para este fin. Así se reducen las molestias, se mejora el uso del inmueble y se gana en transparencia, mientras que se reduce el impacto negativo a los vecinos de esos barrios.

 

Mantener ese equilibrio, entre flexibilidad y regulación, tiene muchas ventajas. Desde lo económico, permite atraer inversión, reactivar zonas infrautilizadas y diversificar la oferta. Desde lo social, ofrece soluciones a colectivos que hoy no encuentran alternativas adecuadas. Y desde la perspectiva urbana, contribuye a una ciudad más equilibrada, resiliente y adaptada a las realidades del presente y modernizada. Encerrarse en posiciones binarias, o todo lo flexible es perjudicial, o toda regulación es mala, no ayuda. El sector necesita una mirada pragmática y de consenso, basada en datos, necesidades reales y voluntad de colaboración entre administraciones, empresas y ciudadanos.

 

 

 

 

Ese camino es posible y se ha visto en varios proyectos: edificios que se reactivan, barrios que se enriquecen, usuarios que encuentran justo lo que necesitan. No es magia; es gestión profesional, escucha activa y adaptación constante. Y sí, también es una apuesta por la convivencia y el respeto al entorno urbano.

 

En un momento como el actual, con el acceso a la vivienda como uno de los grandes desafíos de nuestras ciudades, no podemos permitirnos dogmas ni prejuicios. Necesitamos soluciones diversas, marcos normativos inteligentes y operadores responsables, que respondan a las necesidades cada vez más dinámicas de la población, flotante o no. Porque el inmobiliario es también diseño de ciudad. Y las ciudades, como las personas, cambian. La clave está en acompañar ese cambio con criterio y sentido común.

Jaime Bello

Jaime Bello

Es cofundador y director de operaciones de Sharing Co. Tiene más de diez años de experiencia en el sector inmobiliario y lidera las operaciones de la empresa mientras trata de impulsar el crecimiento y expansión del negocio hacia soluciones más flexibles y adaptadas a las necesidades actuales. Ha ocupado puestos de liderazgo en desarrollo de negocio y operaciones, además de haber trabajado como consultor de control de gestión en el Banco Interamericano de Desarrollo. Es licenciado en Administración y Gestión de Empresas por la Universidad Nebrija y máster en Gestión de Proyectos Multilaterales por Icex-Ceco.