Opinión

Protocolo

Carles Torres

30 nov 2018

Protocolo.

 

 

Hoy, como cada día hace muchísimos años, no hacía ni diez minutos que me he levantado de la cama cuando me he dado cuenta de una realidad; una realidad “tan real como la vida misma”.

 

Tomando el café de la mañana y pensando en silencio, he decidido que en mi próximo post tenía que explicar lo que me estaba pasando por la cabeza.

 

Pues bien, se trata de dar a conocer, a los que no caen en eso, de cuándo empezamos nuestra jornada laboral y de cuándo la terminamos. Nuestro quehacer diario es todo un protocolo. Definamos protocolo como el conjunto de reglas que han sido establecidas por costumbre.

 

Empezaré por el protocolo previo. Desde que nos levantamos nuestra cabecita empieza a conectar de nuevo con todo, y al decir todo me refiero incluso a lo que, sentados frente al café matinal, una vez encendida la luz, estamos pensando. Sin casi darnos cuenta nos llevamos la agenda laboral al pensamiento. Y haciendo uso de nuestra memoria, repasamos lo que hoy nos toca hacer. Los comerciales del mundo inmobiliario industrial, quizás un poco más. ¿Dónde iré hoy?, ¿qué visitas tengo?, ¿tengo alguna reunión?, ¿la tengo preparada?, ¿a qué hora?, ¿con quién me veo?, etc.

 

Ya en el baño, debajo de la ducha, seguimos pensando; ahora más despejados. ¿Hoy cojo el coche o la moto?, ¿lloverá?, ¿cómo me visto hoy?, ¿hace frio? Mientras escucho la radio afeitándome, muchas de esas preguntas me quedan respondidas.

 

Esperando a que mi hija termine también con su protocolo y cojamos ambos el vehículo para acompañarla al colegio, las vueltas que le doy a los temas en mi subconsciente cada vez son más, más fidedignas, más reales. Es como si ya estuviera sentado en mi despacho.

 

No son pocas las veces que en el trayecto desde casa a la oficina de Barcelona se me van acudiendo ideas, o he tomado decisiones que luego he utilizado o defendido. Quizás a esa hora, el cerebro ya está totalmente activado y funcionando a pleno rendimiento.

 

Salvo que me desplace directamente a una visita a uno de mis polígonos industriales, llego a mi silla, la misma de hace algunas décadas, pasadas las ocho de la mañana. A veces pienso que somos como auténticos robots; tal cual. Y después de abrir la oficina, sus cortinas, de encender el ordenador, y siguiendo acompañado de la misma radio que la del baño, me dispongo a seguir pensando. Solo, tranquilo y en paz. Nadie llama por teléfono todavía. Es un tiempo muerto entre, entre las ocho y media y las nueve de la mañana que a mí me sirve de mucho. A las nueve, hora habitual para los que piensan que empiezan su jornada, estoy rodado, despejado, y con todos los automatismos engrasados para trabajar esas casi once horas, aunque con un break obligado en el que pongo gasolina al cuerpo, ya sea comiendo, o dedicando al deporte una hora y media para desconectar un poco. Y así va pasando la mañana, del despacho al polígono, y del polígono al despacho. 

 

Por la tarde, reestablecido en mi puesto de nuevo, sigo con mis llamadas, mis correos electrónicos y, si cabe, también realizo alguna que otra reunión o visita a cualquier nave o suelo industrial que me espera para ser contratado.

 

Y me marcho a casa a eso de las ocho de la noche, convencido de haber hecho hoy lo que tenía que hacer; a veces contento, otras, no tanto. Y mañana, más. Esta es nuestra actividad y cada día se repite en mayor o menor medida.

 

No negaré que de camino a casa me ponga a pensar de nuevo un poquito más. ¿Cómo ha ido la jornada?, ¿qué ha salido bien o mal?, y mientras… ¡ojo con la carretera! Son quince kilómetros hasta mi pueblo en los que, con mi radio, la del baño y la de primera hora de la mañana, vuelvo a estar solo, cansado pero satisfecho. Ese es el protocolo posterior.

 

Y digo satisfecho por haber trabajado un día más, y por darme cuenta de un tema, un tema “real como la vida misma”: empezamos a trabajar antes, y terminamos después. Espero que gracias a los protocolos que he contado y que forman parte de cada uno de nosotros, nos demos cuenta de que desde que abrimos los ojos hasta que casi los cerramos, trabajamos; estoy casi convencido que lo que me pasa a mí, le ocurre a la mayoría de las personas responsables con su trabajo. 

 

Personalmente, los protocolos del antes y del después los llevo bien, y ambos me ayudan a entrar y a salir de esa lucha diaria por los polígonos, despachos, y en muchas ocasiones por carreteras llenas de coches. Ejecutarlos día a día, sistemáticamente y ordenadamente, me ayuda a ver mi sector con mejores ojos.

Carles Torres

Carles Torres

Carles Torres es Agente Inmobiliario desde 1982, además de Administrador de Fincas Colegiado. Antes había trabajado en diferentes empresas. Siempre especializado en área industrial en el ámbito catalán, ha desarrollado su carrera profesional en compañías como Cutillas, Auguste Thouard (hoy BNP Paribas) o Forcadell. Hace más de veinte años se embarcó en un nuevo proyecto, NCI Asesores Inmobiliarios, del que es propietario.