Estafado y apaleado
26 jul 2018
En los tiempos que corren, algunos pueden tener la tentación de añorar los contratos de alquiler indefinidos. Aquellos que tenían nuestras abuelas, aquellos que aún tienen muchas personas que firmaron con 18 años, a mediados de los 80, y ahora gozan de haber cumplido los 50 con la seguridad de que nadie les moverá de sus aposentos. Cada inquilino de renta antigua supone un propietario estafado. En muchos de los casos, el alquiler no sufraga ni los gastos de IBI o de Comunidad. Se trata de premios totalmente injustos y desiguales que priman el beneficio de unas personas por encima de las otras.
No hay duda que la propiedad está en el uso y, si una persona puede vivir de manera vitalicia en un espacio sin tan solo tener que cubrir gastos, está teniendo un beneficio mayor al que habría tenido siendo propietaria. No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que se trata de un vacío legal que no se ha querido abordar por la poca popularidad que conllevaría.
Recientemente se han visto extinguidos los contratos indefinidos de locales comerciales. La medida estaba anunciada desde hace décadas, pero los titulares han sido: “comercios tradicionales de toda la vida se ven obligados a cerrar por el aumento del alquiler al extinguirse los contratos indefinidos”. Leyendo esto uno se explica por qué estos comercios han durado tantos años, y está claro que era porque estaban casi exentos de uno de los gastos más importantes de cualquier negocio, el alquiler.
Durante todos los años de vida de estos comercios el propietario ha estado subvencionando pasivamente la marcha del negocio y, cuando llega el fin del expolio, resulta que se le acusa de abusar de su posición al equiparar la renta del local a la de mercado. Estafado y apaleado.
Aunque estamos hablando de estafas que se han practicado de manera continuada durante décadas, no pido penas de cárcel para los malvados inquilinos, sólo un poco de objetividad a la hora de tratar algunos temas y evitarnos la tortura de poner siempre al inquilino como víctima de todos los males de la sociedad. En estos casos, son los malos.
En los tiempos que corren algunos pueden tener la tentación de añorar los contratos de alquiler indefinidos. Aquellos que tenían nuestras abuelas, aquellos que aún tienen muchas personas que firmaron con 18 años, a mediados de los 80, y ahora gozan haber cumplido los 50 con la seguridad de que nadie les moverá de sus aposentos. Cada inquilino de renta antigua supone un propietario estafado. En muchos de los casos el alquiler no sufraga ni los gastos de IBI o de Comunidad. Se trata de premios totalmente injustos y desiguales que priman el beneficio de unas personas por encima de las otras. No hay duda que la propiedad está en el uso, y si una persona puede vivir de manera vitalicia en un espacio sin tan solo tener que cubrir gastos está teniendo un beneficio mayor al que habría tenido siendo propietaria. No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que se trata de un vacío legal que no se ha querido abordar por la poca popularidad que conllevaría.
Recientemente se han visto extinguidos los contratos indefinidos de locales comerciales, la medida estaba anunciada desde hace décadas, pero los titulares han sido: “comercios tradicionales de toda la vida se ven obligados a cerrar por el aumento del alquiler al extinguirse los contratos indefinidos”. Leyendo esto uno se explica por qué estos comercios han durado tantos años, y está claro que era porque estaban casi exentos de uno de los gastos más importantes de cualquier negocio, el alquiler. Durante todos los años de vida de estos comercios el propietario ha estado subvencionando pasivamente la marcha del negocio, y cuando llega el fin del expolio resulta que se le acusa de abusar de su posición al equiparar la renta del local a la de mercado. Estafado y apaleado.
Aunque estamos hablamos de estafas que se han practicado de manera continuada durante décadas, no pido penas de cárcel para los malvados inquilinos, sólo un poco de objetividad a la hora de tratar algunos temas y evitarnos la tortura de poner siempre al inquilino como víctima de todos los males de la sociedad. En estos casos, son los malos.
Lluís Vallès
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